amar

El amor es una palabra que se usa a la ligera. Como diría Benedetti, un pedacito de utopía.

Tras estas cuatro letras, se cobijan, muchas veces, los celos, los miedos y las carencias. Asociamos su significado con grandes e incontrolables pasiones, que marcan a fuego nuestras relaciones. Un sentimiento que va más allá de todo y contra todo. Sin embargo, pocas veces cuestionamos si ese “amor” es sano y beneficioso, tanto para quien lo da como para quien lo recibe. Y es que, en demasiadas ocasiones, confundimos amar con querer.

La mayoría de nosotros, crecemos sin aprender a gestionar eficientemente nuestra vida emocional y  buscamos fuera de nosotros el equilibrio, el bienestar y la felicidad. No somos capaces de querernos a nosotros mismos. Seguimos ignorando que no hay amor suficiente capaz de llenar el vacío de una persona que no se quiere a sí misma. Nada valdrá la pena, si tu no eres feliz.

Vivimos en una sociedad muy romántica, pero poco amorosa. Dejamos de lado el calor humano del grupo por la búsqueda de esa persona única y especial que cubra todas nuestras necesidades afectivas. Hemos perdido las redes de afecto y ayuda mutua, y las hemos sustituido por redes virtuales carentes de afecto. Y cuanto más conectados estamos, menos amados y más solos nos sentimos.

Un mundo donde prima la felicidad de cada uno, los intereses de cada uno, la realización de cada uno, y no lo dudemos, el egoísmo de cada uno. Se cree que el amor dura siempre por el hecho de enamorarse o de comprometerse. Se piensa que acostarse con personas es hacer el amor. Se confunde amor con flechazo y con atracción sexual. Se espera que, lo que se vive al principio, dure siempre de esa manera. Que el amor crece y se mantiene por sí solo. Y, sobre todo, se deja de luchar contra los dos enemigos más fuertes del amor, que no son el egoísmo o el odio, sino la rutina y el idealismo.

El verdadero amor no se conoce por lo que exige, sino por lo que ofrece – Jacinto Benavente

Aunque puedan parecer sinónimos, «querer» y “amar” son dos palabras con significados muy distintos. Querer implica buscar fuera de nosotros mismos algo que creemos que nos falta. Es en lo que basamos, erróneamente, nuestra felicidad. El concepto “querer” lleva implícita la idea de posesión. Es un acto inconsciente, una búsqueda para suplir carencias internasTe quiero para que me des cariño, me acompañes, me escuches y aportes satisfacción a mi vida. Pero, nada ni nadie nos pertenece. Tú no eres posesión de nadie.

En este escenario, esperamos que el otro cubra nuestras carencias, se adapte a nuestras expectativas y cumpla nuestras exigencias. Un “amor” donde caben los celos, la posesividad y la desconfianza, reflejo de nuestros miedos e inseguridades. Este “amor” distorsionado que va de la mano del sufrimiento y de la dependencia emocional. Así, muchos aprendemos a querer egoístamente, desde el deseo de poseer aquello que nos interesa. Pero, ¿acaso eso es Amor?

Amar, supone un cambio de paradigma. Es amor del bueno. Dar sin esperar recompensa alguna. Es un esfuerzo consciente, un acto de altruismo y de humanidad. Es, principalmente, una actitud ante la vida.

El amor es un eterno insatisfecho a diferencia del deseo, que muere al satisfacerse – Ortega y Gasset

Amar es un arte y un proceso. Es camino y meta. Es más corazón y menos piel. Es esfuerzo y es voluntad. Es regalar tiempo y dar libertad. Es tender más puentes y levantar menos muros. Es prometer que si el otro se ahoga, lo hacéis juntos. Porque amar es la salida de uno mismo para hacer feliz al otro, pensar en el otro, y buscar lo mejor para el otro. Aunque ese otro siga un camino distinto al que nosotros hubiéramos escogido.

Amar es sinónimo de aceptar, respetar, valorar, agradecer, ofrecer y dar. De ahí que podamos amar en prácticamente todas las facetas de nuestra vida. Y paradójicamente, cuanto más amor damos, más plenos nos sentimos.

El «amor», fruto de querer, está condenado al fracaso, porque querer TENER nunca permite SER.
En cambio, el amor fruto de amar, no se desvanece, porque pase lo que pase, ese amor nunca deja de SER.

A quien amas dale alas para volar, raíces para volver y motivos para quedarse – Dalai Lama

Lo reconozco, yo tampoco he sabido amar siempre. Nadie me enseñó a amar porque, a mi alrededor, casi nadie se amaba, ni sabía amar. Pero reconocer lo que te sucede, aunque no sea de tu agrado, es un paso necesario para comprenderlo y cambiarlo. Es de humildes, pero también de valientes.

Dicen que sólo se puede experimentar la verdadera sensación de amar cuando se ha superado la dependencia, la omnipotencia narcisista y el deseo de explotar a los demás o de acumular. Amaremos cuando hayamos conquistado la seguridad y el coraje suficiente como para exponer el corazón. Ese debería ser nuestro camino a seguir.

El que ama, ama a la vida, a sí mismo y ama a los demás. Sino, no es amor.

Se trata de una elección voluntaria y consciente que determina nuestra actitud al ir a hacer la compra, al lidiar con nuestro trabajo, al compartir con nuestra familia, nuestros amigos y nuestra pareja. Basta con que cada mañana, antes de salir de casa, recordemos que cuando amamos, nadie pierde y todos salimos ganando.

No sé tú, pero prefiero que no me quieran, yo prefiero que me amen.

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