Construye puentes, en lugar de muros

Construye puentes, en lugar de muros. Ese es el imperativo deseable.

No nos engañemos, en la sociedad actual, ir por la vida con un escudo y lanza no es sólo más sencillo que mostrarnos vulnerables, sino que además es bastante más práctico: evitas decepciones, caídas innecesarias y puñaladas poco o nada merecidas. Y es que la gente se protege del dolor, sobretodo de dolor del pasado.

Todos, en algún momento, hemos sufrido. Algunos más y otros menos. Una pareja que nos deja, un jefe déspota, un padre autoritario … las causas pueden ser muchas, pero las consecuencias se pueden resumir en sólo una: miedo.

Ponemos el candado a cualquier posible emoción que tenga intención de revolvernos el alma: “no habrá más dolor porque no le daré la oportunidad a nadie de que los cause”. Nos ponemos en modo autodefensa. Pero eso no nos hace libres, ni felices, ni plenos.

El miedo es útil cuando nos protege contra peligros visibles, pero nos inhabilita contra los invisibles. Y lo peor del miedo es que te cierra el corazón. Se vuelve una piedra. Y desde ahí es muy difícil ser feliz.

La vida se puede vivir de dos formas: o con miedo o con amor. Si vives con temor, es normal que encuentres personas antipáticas, amigos insensibles, parejas frías … Porque atraes lo que eres y lo que piensas, no lo que quieres. Y lo que piensas ahora es que te pueden hacer daño. Y la vida, que es muy lista, te lo sirve en bandeja para que te des cuenta y cambies.

La vida no viene a pedirte cuentas, sino a que te des cuenta

Evidentemente, creemos que este sistema de defensa es perfecto porque nada ni nadie podrá asaltarlo. Y entonces nos vestimos con una dura armadura, sin darnos cuenta que estamos privando a nuestra piel del contacto con el aire. Pero en la vida no hay dragones que matar ni castillos que conquistar. La vida no es Juego de Tronos.

Eso que tanto te está protegiendo, también es lo que te está matando. Está acabando con quien eres de verdad.

El miedo imaginario siempre es unidireccional. Está dentro de ti, no viene de fuera. La sobre-protección nos impide disfrutar y nos conduce a un estado de alerta constante que nos niega la posibilidad de dejarnos llevar. Levantar muros se vuelve así una cruz invisible que nos sigue y nos persigue, haciéndonos pensar que todo lo que hay en el mar son tiburones. Y a veces son blancos sí, pero sobre eso, poco podemos hacer. Pero, también a menudo, si miras bien, puedes encontrar maravillosos peces de colores.

Así se refleja en el magnifico libro de Robert Fischer El Caballero de la Armadura oxidada, el cuál recomiendo leer:

armadura

Vivir desde el amor, en cambio, te cambia la mirada. Te acerca a las personas. Te permite ser tu mismo. Sin filtros, sin posturas. A corazón abierto. El amor es el sentimiento más poderoso que conoce el ser humano. Lo desconocido, la incertidumbre y el cambio son para el corazón su aliciente más poderoso. Todo lo nuevo lo construye (o reconstruye). Es lo que le hace funcionar.

Sabiendo esto, dime ¿de verdad no crees que va siendo hora de aparcar el rencor, las reservas y los miedos?

Si levantas un muro, piensa en lo que queda fuera -Italo Calvino-

Los puentes que construyes cuando te brindas a los demás y te relacionas con ellos generan armonía, amistad, amor y aportan innumerables beneficios más. Desde luego requiere algo de empeño, paciencia y perseverancia. El puente no se tiende solo, y algunas personas inicialmente no ven con muy buenos ojos que lo tiendas en dirección a ellas. Pero si todos fuéramos egocéntricos y no construyéramos otra cosa que muros, el mundo sería un laberinto terriblemente solitario.

Se trata, por tanto, de un toma y daca. Fifty-fifty. Yo doy y tú das, así de sencillo. Aunque aún hay gente que sigue pensando que las cosas son como antes de Internet, donde hacerse el/la difícil y el interesante era atrayente. Hoy sinceramente aburre (y suelen ser los primeros en sufrir la soledad). Las cosas deberían ser: Me gustas. Te gusto. Taxi. O, me hablas, te hablo, nos damos el móvil y quedamos otro día para cenar. Pero andarse por las ramas es meterse en una trampa creyendo que te estás poniendo a salvo. Al final, te quedas sin postre y luego exclamas ¡qué mala suerte tengo!

No hay más sordo que quien no quiere oír, igual que no hay más ciego que quien no quiere ver.

El antídoto es fácil y claro. Haz sentir especial a las personas. A todos nos gusta sentirnos especiales. Eso abre corazones. Pregúntales como están, interésate por ellas. Pero realmente, de tú a tú, de corazón a corazón. Muestra gratitud. No sabes el poder que tiene la palabra gracias.

Deja, por tanto, de decir «no tengo amigos» y empieza a serlo. Deja de enfocarte en ti mismo y en su lugar date a los demás.

Después de todo, el primero que saldrá ganando al construir puentes eres tú porque los muros aíslan y matan la comunicación, pero los puentes comunican, unen y funcionan en dos direcciones: de ida y de vuelta. Lo que tú envíes hacia los demás a través de los puentes que construyas, te regresará con la misma buena voluntad y el mismo empeño de servicio que le pongas.

Sólo tienes esta vida para vivirla del modo que decidas. Tú eres el constructor de tu propio destino. O puentes o muros.

¿Qué decides?

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