Hay días grises, lluviosos, oscuros.
Esos días empapados de añoranza de tiempos mejores, en que respirar te duele, y el alma te pesa. Momentos de nostalgia de seres queridos que se fueron de nuestro lado. Unos sin querer, otros por decisión propia. Estos últimos son, tal vez, los que más duelen, porque tomaron voluntariamente el camino que les alejaba de nosotros al descubrir que, quizás, ya no éramos importantes en sus vidas.
En toda partida, hay razones que el corazón no entiende. Y a veces no las ves, aunque las busques. Otras, las intuyes aunque te empeñes en no mirarlas: miedo, rabia, hastío, deseo (por otra persona), orgullo o desilusión. Tanto da el motivo, si acertado o equivocado, el hecho es que, esa persona ya no está, se fue.
Lo que hay que entender, es que quien se va, ya se había ido antes. Posiblemente no físicamente, pero sí en su imaginación, porque nadie se va conscientemente si no quiere irse.
Es doloroso ver alejarse los trenes que se llevan una parte de nuestra vida, por pequeña que esta fuera. Una vida, donde cada uno elige a qué tren subir y del cual bajar. Y hay que aceptarlo. Sea el tren que sea, si ya no es el tuyo, hay que ser fuerte para agitar la mano con aplomo diciendo adiós.
Y es que la vida también es aprender a dejar ir, a rendirse y tirar la toalla. No por nadie, sino por ti.
Hay momentos donde no vale la pena retener a quien se quiere ir, ni querer a quien no quiere ser querido. Porque querer o, mejor dicho Amar, también es dejar ir quien no se quiere quedar. O no puede quedarse.
Y sí, es triste aceptar que ahí donde antes nacían las palabras, ahora crecen los silencios. Pero no queda otro remedio que hacerlo con gratitud y, al mismo tiempo, recordarnos que somos alguien valioso y digno de ser amado.
Frente a la pérdida, no existen ni culpa ni culpables, solo responsabilidad y responsables. Y lo que ocurre entre dos, nunca es responsabilidad de uno solo. Esto no va de vencedores ni de vencidos, porque en el amor -sea cual sea el vínculo- como en la guerra, el resultado de la batalla siempre deja heridos.
Heridos, sobretodo de orgullo. Porque ser lastimado por una de las personas que más te importan, en serio duele mucho. Es increíble lo fuerte que puede golpear la gente que no pretendía hacerte daño. A veces, son manos de acero enfundadas en guantes de seda. Otras, puñales verbales directos al corazón.
En cualquier caso, aunque duela, a veces lo mejor es decir adiós de la mejor manera posible. He llegado a la conclusión, de que si las cicatrices enseñan, las caricias también. Que puedes ser latido en lugar de víscera y que puedes dejar marca sin necesidad de herida. Pero aquí, cada cuál, que elija su destino.
Y en ese proceso, habrá que romper las cadenas, o los hilos, y mirar a tu sombra directamente. Pasar el duelo por lo que no fue y recomponerse. Vivir el dolor sin alterarlo ni esconderlo tras ocio o besos. Porque en este estado, las cosas y las personas solo cubren vacíos transitoriamente.
No importa cuánto dolor estés pasando, siempre debes recordar que cada cosa que nos sucede tiene su tiempo y su ritmo, y que al final todo pasa, todo llega y todo cambia. Hay que ser valiente para sentir las cosas que duelen, porque de las sombras, en ocasiones, surgen las tristezas más bellas.
Nadie nos advirtió que extrañar, es el coste que tienen los buenos momentos…
Afortunadamente en esta vida, todo pasa. Y lo que en algún momento te pareció imposible, se convertirá en una posibilidad no tan lejana. Tomará tiempo, distancia, tiritas y posiblemente muchas lágrimas. Sin embargo, un día, sin apenas darte cuenta, amanecerá soleado y te sorprenderá la sonrisa aflorando en tus labios sin anunciarse.
Entenderás que nadie merece que perdamos la sonrisa, las ganas de volver a alzarnos y continuar el camino, una vez más, aunque no quieran estar. Que no vale la pena vaciarse por una persona a la que no le llenas y, lo que se va, aunque no se quiera, siempre deja espacio para que entre algo nuevo. Dicen que mejor, quien sabe, pero seguro que diferente.
En cualquier caso, habrá que aceptar que a veces se gana y otras veces… bueno, muchas veces se nos olvida que también tenemos que abrazarnos por dentro.
Encontrarás manos amigas que borrarán de tu mente la nostalgia, haciéndote descubrir que, lo que añorabas, era infinitamente peor que todo lo que te esperaba por delante. Habrás dejado de huir de ti. Y, con suerte, habrás comprendido que el otro no te puede dar lo que tu no sabes darte. Que uno no puede ser libre esperando que otro lo libere. Que nadie es propiedad de nadie y que el miedo sólo sirve para perderlo todo.
Llegará el día en el que recordarás lo que sucedió y será solo una anécdota con un gran aprendizaje. Sentirás que te has hecho fuerte sin pedirlo y que, entre lágrimas, agradecerás que esta situación te haya ayudado a crecer.
Y es que, por suerte, todo pasa.

Life & emotional coach. Apasionado de la vida y de la evolución personal. Porque ser uno más es ser uno menos…
A veces releo tus entradas. Y es que tus palabras entran en un momento en que me son muy necesarias, porque es como si supieses como me siento, y de repente aparecen como una luz. Me sacan una sonrisa, y leyéndolas me saben a gloria. La entrada de hoy ha expresado, como esta, mis actuales zozobras y eres capaz con ellas de hacerme sonreír y levantarme de nuevo. Es algo que me parece fascinante. No dejo de aprender a conocerme en parte gracias a ti. De nuevo gracias.
Gracias a ti Susana por tu comentario. Recuerda que existe sincronicidad entre las personas, así que tú también me has ayudado a escribir la entrada, aunque sea de manera inconsciente. Sigue sonriendo !!! Un beso