El día que comprendí

el día que decidí

Todo empezó el día que comprendí que mi único enemigo era yo mismo.

Aquel día donde, sin esperarlo, decidí hacerme responsable de mis demonios, de mis sombras. De dejar de querer cambiar lo de fuera, cuando lo que debía cambiar era lo de dentro. Que la única manera de ganar era no jugar. Me di cuenta de que nada podía llenar el vacío de alguien que no se quiere a sí mismo. Y, aunque me refugiaba en abrazos externos que calmaban mi sed de amor, no eran de mi talla. Me venían grandes porque yo me había hecho pequeño.

Comprendí que sólo de mí dependía mi propia felicidad. No necesitaba a nadie para ser feliz, pero que, sin embargo, sólo cuando compartes, te sientes más grande. Más pleno. Entendí que, aunque me hubieran destrozado el corazón y el alma, estaba exactamente donde tenía que estar y que había pasado justo lo que debía de pasar para mi evolución.

Lo bello del desierto es que en algún lugar se esconde un pozo – El principito

Que por mil lágrimas que derramara, ella no volvería. Porque el amor no se puede atar con una cuerda. Que amar no es depender. Entendí que era su momento, era su decisión pero, sobretodo, era su regalo. Perder a alguien para encontrarse a uno mismo, que ironía…

Entendí que debía de hacer las paces con la soledad. Ese espacio donde en lugar de buscar fuera te encuentras a ti. Que por mucho que huyas a otra ciudad, a otros brazos, a otras distracciones, esa sensación te acompañará siempre si no la miras a los ojos. Escuchándola, abrazándola, queriéndola.

Comprendí que lo importante no es saber lo que uno tiene, sino lo que uno vale. Cuantas más cosas tenía, menos las valoraba y más necesitaba. Aprendí que la auténtica felicidad se halla en las cosas sencillas: una conversación, un paseo, un abrazo. Que no hace falta correr para llegar más rápido si tienes claro adónde vas. Y que no es lo que tienes en el bolsillo lo que te hace más rico, sino lo que llevas en el corazón.

Ese día comprendí que mis tropiezos habían curtido mis rodillas. Que las lágrimas y el dolor me habían hecho más fuerte, más sabio. Que fue malo sufrir, pero que fue muy bueno haber sufrido. Entendí que para olvidar se necesitaba paciencia pero, recordar sin que duela, también formaba parte de la vida. Así que decidí perdonarme y perdonarlos, porque perdonar es una decisión. Es entender que quien te hizo daño, lo hizo lo mejor que supo con lo que sabía.

Comprendí que para brillar no era necesario apagar a otros. Que para crecer no se necesita pisar, ni competir, ni criticar. No, ese no era el camino. Entendí que lo único que nos hace grandes es ser pequeños, desde la humildad. Y que, sólo viviremos plenamente, cuando nos despojemos de las máscaras, nos convirtamos en protagonistas de nuestra vida y dejemos de buscar protagonismo y la aceptación ajena.

No hacen falta esas cosas cuando sabemos bien quiénes somos. Ésa es la fórmula. No es cuestión de querer ser grande, consiste simplemente en ser uno mismo.

En realidad, me di cuenta que la vida es como una sala llena de espejos. Que los demás reflejan quién eres. Son una proyección de lo que no has resuelto de ti mismo. Entendí que el amor es el camino y el orgullo una barrera. Que cuando apoyas a alguien y lo animas a seguir, lo engrandeces. Porque, en la vida, lo más importante son las personas. Que no somos ni números, ni máquinas, ni medidas ni me gustasSomos historias en un mar de sueños. Y pocas cosas en la vida se pueden disfrutar tanto como compartir tus sueños con los seres que amamos.

Si no ves la belleza ajena es porque no eres consciente de la tuya

Observé mis miedos. Al rechazo, al fracaso, al que dirán, al amor… Tenía muchos. Peleaba contra esa insoportable sensación de frustración por los sueños rotos. Por sentirme diferente. Por no aceptar que estaban ahí para enseñarme algo. Al enfrentarlos, comencé a ver paisajes que antes no veía. Y es que cuando observas y escuchas en lugar de hablar, pasas de ser el centro del mundo a descubrirlo. Porque además del gris, la vida puede verse del color que uno elija.

Ese día comprendí que la confianza es la luz que derrota la sombra de la incertidumbre, porque confiar, lo cambia todo. Porque creer en ti es, con frecuencia, el inicio del camino. Porque la ilusión lo sueña, pero la confianza lo construye. Me permití sentirme merecedor de mis sueños y me crecieron las alas. Y aunque aún soy torpe volando, cada día que pasa, me siento más cerca del cielo que del suelo.

Ese día comprendí, que yo también eres tú.

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