Hace mucho tiempo, René Descartes, el considerado padre de la filosofía moderna, definió al ser humano, como una cosa que piensa.
¿Tenia razón o estaba equivocado? ¿Es el ser humano una cosa que piensa o una cosa que siente?
Claramente, y sintiéndolo mucho porque Descartes me caía bien, estaba equivocado. El ser humano, primero siente y luego piensa. Estamos influídos por nuestros sentimientos. A pesar de eso, seguimos mirando mal a personas sensibles o más emocionales. Nos parecen débiles y poco serias.
El abanico de emociones humanas es amplísimo. Aunque las agrupamos en dos grandes bloques básicos. Alegres y tristes. Todo el mundo, sabe definir lo que es estar o sentirse alegre. Pero no nos pasa lo mismo con la tristeza. Cada uno siente la tristeza, y lo mas importante, la manifiesta de manera diferente.
Cuando nos encontramos tristes, apáticos, decepcionados o simplemente perdemos el entusiasmo, solemos encontrar mucha incomprensión en nuestro entorno. Sentirse bien se convierte en una obligación.
Nos sentimos solos ante esa sensación o sentimiento, que no nos han enseñado a gestionar. La tristeza sigue siendo un estigma. Hoy nadie tiene derecho a sentirse triste. Nuestra cultura del bienestar niega todo lo que tenga que ver con el dolor.
Por tanto, la reprimimos en nosotros y no nos gusta verla en los demás. “No tienes motivos para estar triste”. “Anda, deja de llorar, no pasa nada”. “Al mal tiempo buena cara”…
Y es que las personas tenemos la sensación de que si nos mostramos tristes ante los demás, no nos aceptaran y no nos querrán.
Hace no demasiado tiempo, llorar (máxima expresión de la tristeza) era un signo de debilidad, algo que no se hacía en público, incluso algo que sólo hacían las mujeres. En una clara alusión a cual es el sexo fuerte y el débil. Los chicos no lloran, tienen que pelear cantaba Miguel Bosé. Dejando de lado los estereotipos machistas, la conclusión es que la vida no está hecha para estar triste.
Llorar no es de débiles, nacimos llorando porque llorar es coger aire, sacar lo que nos duele y seguir adelante.
Estar triste se asocia a adjetivos que nos degradan como personas. Por lo que cuando nos sentimos tristes, incomprendidos o con sensación de desasosiego, tendemos a bloquear esa emoción. Esto conlleva, no sólo una lucha interna con nosotros mismos por la contradicción entre los sentimientos y lo que debemos mostrar, sino que puede conllevar a problemas mucho más serios. Al encerrar nuestros sentimientos ante una determinada situación, no dejamos que las emociones sigan su curso. Y eso, en general, tiende a amplificarlas.
Hace casi 50 años Jim Morrison, vocalista de The Doors, escribió la canción People are strange, cuando estaba profundamente deprimido. En ella reflejó la soledad y el rechazo que sentía en ese momento. A pesar de tener una melodía alegre y festiva, la letra es intensamente triste y desoladora.
Ese contraste, entre una melodía alegre y una letra triste muestra, de manera muy gráfica, la lucha interna que sufrimos en la vida real. La melodía, como la voluntad de seguir el ritmo que marca la sociedad en contra de esa letra que muestra nuestros verdaderos sentimientos.
No nos engañemos, el mundo es intolerante al dolor ajeno. Pero eso puede cambiar. Empecemos siendo tolerantes con nosotros mismos y con nuestra tristeza y dolor. Siéntelo. No lo escondas. Negar la tristeza no acaba con ella, de igual modo que construir un dique no hace que se evapore el agua. Deja que te inunde y pasa por ese proceso. Como las mareas, vienen y van.
Tampoco, se trata de regodearse. El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. Por lo que dejemos fluir nuestras emociones para que ellas mismas puedan disiparse. Debemos acoger a la tristeza como el visitante que debe quedarse por poco tiempo. Nos aportará información y el aprendizaje necesario para nuestro desarrollo personal, pero debemos despedirnos de ella tarde o temprano.
Cuanto más oscura es la noche, más brillantes serán las estrellas (Osho)
Cuando aceptamos cada emoción, nos damos cuenta que no somos la emoción que estamos experimentando, sino que esa emoción forma parte de nosotros. Por tanto no hay que luchar contra ellas, o contra aquellas que no nos gustan, sino aceptarlas y vivir con ellas en paz.
Eliminemos el pensamiento de que la tristeza es de débiles o de mujeres (si, chicos… también podéis llorar y no pasa nada por ello). Admitir que no estamos bien, es de valientes. Valientes, porque admitimos que hay algo en nosotros que no está bien, admitimos que sentimos y que somos vulnerables. Y eso es lo que nos hace estar vivos. Sentir. De hecho las mejores cosas de la vida, se sienten. Y sólo sintiendo lo malo, podremos valorar lo bueno. Porque sentirnos bien y mal, al fin y al cabo, es sentirnos humanos.
Descartes fue un gran sabio, y si ahora nos acompañara, en este mundo de locos en el que vivimos, seguro rectificaría en su planteamiento. Porque rectificar es de sabios, equivocados, pero sabios.

Psicóloga y sexóloga en mis ratos libres… Coleccionista de experiencias. Porque una emoción vale más que mil palabras.
Si lees un poco más sobre Descartes sabrás que Descartes era defensor de las emociones y de que no consideraba el pensamiento como separado de la emoción, como si estuvieramos hablando de una máquina dividida en partes en vez de un organismo.