Hay personas que dedican toda su vida y esfuerzos en crecer por fuera: desean que les crezca la cuenta corriente, que les crezcan los músculos, la inteligencia o los aplausos. Los hay que quieren que les crezca la casa y el coche. O que les crezca el príncipe azul, el éxito, los admiradores o los amantes. El placer (o el sufrimiento), las curvas, el rendimiento y un largo etcétera.
A mi como a tantos otros, me interesa más crecer por dentro.
Y es que crecer no tiene nada que ver con la altura ni con edad, sino con las experiencias. Con las experiencias internas.
Hay momentos en las que la vida te hace reflexionar sobre tu camino. Sobre lo que has hecho, o quien has sido. Sobre lo que haces o quien eres. Sobre quien quieres ser y que quieres hacer.
Es como si tu vida fuera una casa y tú, su propio arquitecto.
Al principio, dudas de si la casa la has construido tú mismo o la has heredado. De tus padres, de la sociedad. De si es tuya o es de otros. Te sientes cómodo en ella, pero sientes que algo le falta, algo que no funciona. Hay un sentimiento de extrañeza, de nostalgia, de falsedad. Te das cuentas que, aunque tu casa es muy grande, sólo has ocupado algunas habitaciones, una o varias, y el resto permanece oculto, en la oscuridad. Con las puertas cerradas. Sin luz.
Hay días que piensas que debe ser un palacio aunque no puedas verla. Hay otros que la ves como una chabola pequeña y ruin. Incluso, dudas que pueda ser una chabola decorada para parecer un palacio o quizás una selva llena de peligros.
Invitas a gente a tu casa pero sólo les enseñas el primer piso. La puerta de entrada, el recibidor, el salón y un par de habitaciones que conoces.
Pero luego, con esa curiosidad innata del ser humano, te preguntan por las otras habitaciones. ¿Qué hay más allá? Y te asustas, o te enfadas (es lo mismo). ¿Cómo vas a enseñarlas si te da miedo abrirlas? No sabes lo que hay o lo que esperas encontrar.
Algunas de esas personas pueden no entenderte, y se enfadan, te juzgan, te critican… O se alejan y desaparecen. Es normal, ellas también tienen sus propias habitaciones en la oscuridad y tienen miedo a abrirlas.
Te entristeces, te enfadas, te angustias. No soportas vivir en esa casa. No vives feliz. Te asfixian sus muros. La odias, deseas huir a otro lugar. O demolerla. Parece una cárcel que te aplasta y no te permite ver.
Hay personas que viven así la mayor parte de su vida. Se acostumbran a vivir en unas pocas habitaciones y rodeados de oscuridad. Hay otras, al contrario que, por circunstancias propias o externas, deciden ser valientes y apostar por conocerla. Aventurarse a lo desconocido. En definitiva, deciden reformar su casa.
Nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad – Carl Jung
Al principio no sabes por donde empezar. No sabes limpiarla, habitarla, Pero empiezas. No hay marcha atrás. El dolor y la necesidad son tan grandes que no tienes nada que perder. Buscas ayuda si es necesario.
Y comienzas a abrir puertas o rendijas de habitaciones que hasta entonces no habías podido ni mirar, muerto de miedo como estabas. Expectante y con pasos temerosos, recorres las habitaciones. A veces sólo, a veces acompañado. Te atreves a entrar en esos lugares que sabías que estaban allí, pero nunca te atreviste a pisar. O en otros, que ni siquiera sabias que existían.
En momentos duele mucho y saltan las lágrimas, o asusta y hace temblar. Es duro y cansado. Te sientes solo ante el peligro.
Vas mirando lo que sobra en esa casa. Cierras puertas que sabes que no llegan a ningún sitio. A veces con orgullo, a veces con mucha tristeza. Tiras los objetos viejos, ya inservibles, y empiezas a limpiar el polvo acumulado durante tantos años. Aunque también descubres bellos tesoros que se escondían entre los escombros y habías olvidado.
Empiezas a descubrir que tu hogar es normal. No es un palacio, pero tampoco es una chabola. Es una casa entre muchas otras, en el inmenso barrio de lo humano.
Identificas realmente su estructura interior. La ves frágil, pero no débil. Inestable, pero también firme en su fragilidad. Sientes que en sus cimientos puede haber fortaleza. Aprendes a ver que es más simple y más hermosa de lo que imaginabas. Que no necesita adornos, que es real y verdadera tal y como es. Que existe y, su mero existir, ya es un valor. Aprendes a ver su delicadeza y su sensibilidad. Y aprendes a habitarla.
A medida que la habitas, sientes como tu cuerpo se va llenando por dentro, adquiriendo consciencia y presencia. Aprendes a ver tu casa mirándola a través de tus ojos, y así vas queriéndola y aprenciándola cada vez más.
Te atreves a mostrarla a otros. Invitas a gente a mirar a través de sus ventanas cada vez más transparentes, y de regalo, las riquezas que vas encontrando dentro. También les enseñas su polvo y sus escombros.
Te quedas sorprendido de cómo los demás aprecian lo que para ti no era valioso, y desean disfrutarla por dentro en lugar de quedarse mirando los adornos y la fachada. Eso permite que el amor por ti mismo crezca, y a su vez, permite que tu amor por los otros también lo haga.
Te das cuentas que tu casa no es mejor ni peor que ninguna otra, sino tuya. Tu único refugio. Ya no necesitas mudarte a una mejor, porque no hay ninguna otra para ti, ni ningún otro lugar donde ir, ni nada que mejorar. Sólo esta casa, tu hogar, que ahora es nueva al mirarla con otros ojos, con sus delicados cimientos que la sostienen.
Ahora ya eres capaz de elegir qué quieres hacer en tu casa nueva que, después de tantos años de limpieza y orden, tiene las habitaciones más blancas y más vacías.
Y estás contento porque te sientes libre de llenar las habitaciones con lo que quieres. Con lo que deseas ver y vivir. Feliz por contemplar todo lo que tiene y lo que no tiene, aceptando lo que te agrada y lo que no. Viendo lo que realmente es, y disfrutando de no hacer nada, sólo siendo. Siendo ese mirar. Viendo transcurrir la vida como una corriente sencilla e inexplicable, que pasa y cambia a cada momento, sin esfuerzo.
Te sientes cómodo ahí, como si algo se llenara de nuevo por dentro. Es como un bienestar pacífico. Como que todo está bien y que todo pasa porque tiene que pasar. Que no hay nada más que hacer ni ningún lugar a donde ir.
Porque sabes que detrás de todos los cimientos y todos los muros y ventanas sólo hay un espacio vacío, sólo hay luz, silencio y pura consciencia.
De ti depende la reforma de tu vida.

Life & emotional coach. Apasionado de la vida y de la evolución personal. Porque ser uno más es ser uno menos…
Perfecta metáfora con el uso de la casa. Gracias por haber vuelto a escribir!!
Bonita comparativa, muy real y perfectamente comprensible. Al final, cada uno desarrolla lo que desea, sea por miedo, apega, avaricia o lo que sea. Yo me quedo con los pequeños cambios interiores que te ayudan a conocerte a ti mismo en primer lugar y a crecer personalmente. Son esos pequeños cambios los que te llevan a donde tú quieras estar.
Un beso grande David, ¡y que pases unas muy felices fiestas!
Gracias por tu comentario Patri. Que tengas un feliz 2017 lleno de éxitos, como te mereces.