valor

No creo en la valía. Pero sí en el valor. Sé lo poco que cuesta construir la primera. Y lo mucho que vale conseguir lo segundo. Nuestra cultura competitiva y ambiciosa nos hace pensar que son lo mismo, pero la diferencia está en quién la muestra para conseguir algo y quién lo demuestra porque le sale de dentro.

Por eso, no creo en la valía. Esa que habla de nuestro nombre o del lugar donde nacimos. La que habla de lo que hacemos y sobretodo de lo que tenemos. De nuestro cuerpo, de la ropa que llevamos, de nuestro trabajo, de nuestro coche, nuestra casa o posesiones.

Esa misma que no habla de quienes somos sino, más bien, de quien creemos ser. Del personaje pequeño que nos hemos ido construyendo, fruto de esa realidad con la que nos identificamos y que utilizamos para interactuar con los demás personajes en esta tragicomedia global que llamamos sociedad.

Y no es que la valía no tenga su utilidad, que la tiene, el problema es que nos identificamos tanto con ella que dejamos de ser un proceso para convertirnos en un producto.

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